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Claramente no es como suena

COLUMNA DE OPINIÓN | XIMENA GENTA


La música es un trabajo artístico que se nutre de las experiencias de vida de las personas. No es una novedad que es el vehículo para expresar y conectar con las emociones por excelencia, miles de artistas han basado su trabajo en el desamor. La tristeza puede convertirse en uno de los momentos más introspectivos y creativos de una persona.


Pero entonces ¿qué es lo que tanto revuelo genera del nuevo tema de Shaira y Bizarrap? La respuesta es el enojo. La pregunta que debemos hacernos es ¿por qué está mal visto que las mujeres expresemos nuestra furia, en lugar de nuestro dolor?


La caída del amor romántico

Todas las personas conocemos a Shakira y a su largo recorrido musical. Es bien sabido que la artista ha hecho girar la rueda en base a sus propias experiencias sentimentales, la gran mayoría desde el dolor que provoca la pérdida del amor romántico, ¿quién no se ha visto reflejada/o en sus letras más de una vez? Desde “Antología” hasta “Lo que más” pasando por “Te aviso, te anuncio” y “Antes de las seis”, sus letras tienen como tema principal los efectos devastadores de una forma de relacionarnos caduca que se apalanca en el sufrimiento femenino.



Hacer leña del árbol caído: la industria y el consumo del dolor ajeno

Entonces ¿cuál es el revuelo, si la artista toda la vida puso el corazón en la mesa a la hora de escribir sus canciones? ¿dónde está la novedad? En exponer el enojo. En salirse del lugar de tristeza al que nos tiene acostumbradas y expresar su propia furia. No es la primera en hacerlo: la cantante Taylor Swift viene cargando con este estigma desde hace varios años. Pero ¿qué es lo que nos lleva a las personas a consumir el dolor femenino capitalizado en música o películas, en lugar del enojo? ¿por qué nos genera rechazo? Porque el sufrimiento de las mujeres ha sido erotizado durante años, mientras que el enojo no tiene lugar dentro de lo que se considera cuerdo o sano para una mujer.


La reticencia a la furia femenina y el cambio de paradigma


Gran parte de la construcción sociocultural del rol de la mujer está construido bajo la premisa del perdón y del entendimiento. Del sacrificio y de la tolerancia. Se nos exigen buenos modales, comunicación y suavidad en un mundo que es hostil con nosotras.


Históricamente, en una situación de infidelidad donde la traicionada era la mujer la tendencia social era culpar a la tercera en discordia. Los hombres se convertían en una suerte de premio que debía disputarse, un terreno que proteger de la enemiga, en un varón que "no podía decir que no" porque los mandamientos de la masculinidad lo convertían en un ser "incapaz de decidir sobre su accionar respecto a su propio deseo, que era seducido por otra más inteligente que él."


De un tiempo a esta parte y con la nueva ola del feminismo empezamos a sacarle la carga a la otra mujer que entraba en la ecuación, a correr el foco hacia los verdaderos problemas: la ruptura de un acuerdo, la cultura de la competencia femenina donde el amor o la atención de un varón es el trofeo y el sentimiento de que tenemos algo que debemos defender.


Tanto lo corrimos que terminamos perdiendo el sentido de lo que significa la responsabilidad y confundiendo libertad con una visión infantil de la realidad, con el “yo no fui”. Es así como cualquier acto fuera de nuestro código moral, ejercido por una mujer hacia otra se convierte meramente en un error sin mala intención y la realidad no es blanca ni negra, eventualmente encontramos el sano punto medio y es acá donde se juega la cuestión el nuevo tema de Shakira: en la responsabilidad que todas las personas tenemos cuando participamos de un acto.


Y esto no viene a cuento únicamente de la ruptura de pareja o el contexto en que se dio, sino también de la respuesta. “Un gran poder conlleva una gran responsabilidad” y esto aplica también para la cantante, porque el enojo tampoco significa que valga todo.

Empezamos a entender o mejor, a aceptar, que tanto hombres como mujeres debemos hacernos cargo de nuestro accionar. Y que como sociedad no estamos todavía en el punto en el que aceptemos a una mujer enojada del mismo modo que a los hombres. Porque "las mujeres no se enojan, las mujeres tienen la obligación moral de ser sororas, entender y nuevamente ceder."


La paradoja del síndrome de la niña buena


Es una sobreadaptación que recae principalmente sobre las mujeres que han aprendido que las necesidades y emociones de los demás están por encima de las suyas, por lo que no se ven con el derecho de poner límites. Esto muchas veces nos lleva a ser cómplices -y autoras- de la narrativa que se construye alrededor nuestro: “el otro/a es el malo/a y yo soy la víctima, pero acá sigo poniendo la otra mejilla, porque soy mejor”.


Vivir a la sombra de nuestras propias necesidades y deseos, nos empuja a la desconexión de nuestro enojo y también de nuestro disfrute, que cuando por fin encuentra su camino de salida, puede explotar de las peores maneras.


El desafío es salirse de esta narrativa y encontrar mejores maneras de transitar el dolor, principalmente porque cuando no lo podemos hacer, morimos a medio camino.


No nos distraigamos del problema que nos trae hasta acá, la caída del amor romántico nos empuja a repensarnos en nuestras relaciones y a madurar en una sociedad que cada vez más, promueve las reacciones infantiles. Pero pensemos juntas ¿por qué le pedimos a las mujeres silencio en sus procesos? ¿Por qué nos incomoda su enojo pero consumimos su dolor en canciones, libros y películas?


Es momento de que analicemos si estamos siendo justas con nosotras mismas y de que miremos con atención nuestras propias historias; nuestra costumbre de siempre poner la otra mejilla y tolerar. El enojo es una emoción que las mujeres tenemos casi que prohibido y esto no sólo no es bueno, sino que nos enferma. Lo que no logramos canalizar sanamente y reprimimos se nos vuelve en contra.


Sin duda hay mucho que analizar y tanto la canción como la artista, están aún en el camino del proceso. Pero nos toca cómo mujeres y cómo sociedad replantearnos el lugar que le damos a nuestra propia rabia y a encontrar nuevas maneras de dejarla salir sin que se vuelva autodestructiva, porque al fin y al cabo no estamos siendo funcionales a lo que predicamos si seguimos manteniéndola en la sombra y eligiendo lugares que nos generan malestar solamente para complacer a los demás y no incomodar.


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